
La noche cae sobre Málaga. Pero en la Sala Marte no hay sitio para el descanso: luces de neón, beats electrónicos y pantallas brillantes marcan el inicio de una velada que se siente como un viaje interdimensional. Es la Atomic Pixel Party y el pixelado universo gamer y otaku se materializa en este rincón.
Al entrar, la atmósfera lo envuelve todo. Hay teles conectadas a consolas (sobre todo Play Station) donde grupos de colegas se baten en duelos, entre risas y gritos de victoria. En la barra, una larga fila de asistentes se mueve al ritmo de la música. El local también ofrece cervezas poco comunes —una Brutus bien fría parece ser la favorita de la noche—. El ambiente es muy acogedor.

A un lado, un stand de merch del evento despliega camisetas, chapas, pegatinas y bolsas de tela. Más de una persona se va directa a por el recuerdo antes incluso de pedir su primera bebida. Entre canción y canción, un pequeño gesto conquista a los asistentes. Durante toda la noche, los organizadores reparten paquetes pequeños de gominolas. Se trata de una dulzura inesperada que añade más encanto a la experiencia.
El escenario central es un hervidero de energía. Dos DJs abren la noche mezclando temas electrónicos con samples de videojuegos. El público responde con entusiasmo: baila, salta, canta, mientras al fondo una pantalla gigante proyecta visuales, gameplays alterados y fragmentos de intros. En una esquina, una pequeña televisión colgada replica lo mismo.

A medida que avanza la noche, la diversidad de asistentes se vuelve aún más evidente: cosplays de Spider-Man, personajes de animes y personajes de videojuegos. También hay quien lleva una camiseta de One Piece, SNK o Fairy Tail. Todos conviven en perfecta armonía, posan para fotos, se saludan y se conocen entre ellos/as.
El momento clave llega a la 1:00. Las luces bajan, la música cambia y empiezan los openings de animes. En una hoja de papel, junto a la cabina del DJ, el público puede apuntar a mano los títulos que quieren escuchar: «Shin-Chan», «Evangelion», «Chainsaw Man». Uno tras otro, los hits explotan por los altavoces, coreados por toda la gente. Hay euforia, brazos en alto y móviles grabando. Es una misa otaku donde los himnos son animaciones.

La Atomic Pixel Party no es solo una fiesta. Es un refugio de cultura pop, una cápsula del tiempo donde convergen generaciones, estilos y pasiones. Todo vibra al ritmo de la nostalgia y el frenesí, en una noche que se siente más breve de lo que debería. Además, deja un recuerdo brillante, como la pantalla de una Game Boy en plena noche.