El Teatro Albéniz ya no es un teatro. En Cabaret, el espacio se convierte en el Kit Kat Klub, un club berlinés de finales de los años veinte donde todo vibra: el humo, las luces, la música y las miradas. Bajo la dirección de Federico Bellone y con Abril Zamora al frente, esta versión no se limita a representar una historia: te hace vivirla, con una ambientación exquisita y una lectura actual y demoledora sobre la intolerancia y la pérdida de la libertad.
Una experiencia que te mete dentro del Kit Kat Klub
Fui a ver Cabaret y salí completamente sobrecogido. Desde el momento en que entras, sabes que no vas a ver un musical convencional: el teatro Albéniz desaparece y se transforma por completo en el Kit Kat Klub, con un recibimiento que te hace sentir parte del local desde el primer segundo. Camareros caracterizados, luces cálidas, música en directo y una atmósfera decadente te sumergen en el Berlín de entreguerras.
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El espacio del UMusic Hotel ha sido completamente tematizado: desde los pasillos hasta el hall y las mesas donde el público se sienta a disfrutar de la función. Todo está diseñado para que el espectador piense que realmente está dentro del cabaret. La experiencia no termina con el espectáculo: después de la función, en el restaurante del hotel, continúa el ambiente con una sesión de jazz en directo, prolongando esa sensación de estar viviendo una noche en otro tiempo.
Escenografía, dirección y ambientación impecables
La dirección de Federico Bellone y la escenografía de Felype de Lima son una auténtica obra de arte. El espacio está tan bien concebido que el público se convierte en parte del relato sin esfuerzo. Cada lámpara, cada mirada y cada rincón cuentan una historia. La iluminación de Valerio Tiberi y el diseño de sonido de Poti Martin contribuyen a crear una atmósfera envolvente que cambia sutilmente a medida que la trama se oscurece.
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La oferta gastronómica del chef David Correa completa la experiencia. Poder tomar una copa o picar algo durante la función no es un añadido superficial: es parte del concepto, una forma de vivir el espectáculo desde dentro.
Una crítica al nazismo tan sutil como devastadora
Lo que más me sorprendió fue lo bien que esta versión teje la crítica al nazismo. No se impone, ni sermonea; simplemente va creciendo de manera orgánica, casi invisible al principio, hasta que todo cambia. El giro de tono entre el primer y el segundo acto es impactante: lo que empieza como una fiesta despreocupada se transforma en una historia sobre el miedo, la represión y la pérdida de la inocencia. Pasas de reírte y disfrutar a quedarte callado, con un nudo en el estómago.
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Actuaciones magnéticas y personajes llenos de matices
Abril Zamora, como maestra de ceremonias, ofrece una interpretación magnética. Domina el escenario con ironía, carisma y una vulnerabilidad que emociona. Su presencia marca el ritmo y el tono de todo el espectáculo.
Amanda Digón, en el papel de Sally Bowles, deslumbra vocalmente, especialmente en “La vida es un cabaret”, aunque su personaje me resultó algo inmaduro, quizá por ese contraste entre la frivolidad y la tragedia que la rodea. Esa superficialidad, sin embargo, encaja en el mensaje general: la negación como refugio ante el horror.
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El resto del elenco, con Pepe Nufrio, Carmen Conesa, Tony River y Pepa Lucas, está a un nivel altísimo. La dirección musical de Julio Awad y la coreografía de Gillian Bruce mantienen la energía del espectáculo viva en todo momento, combinando humor, sensualidad y tensión.
Un final que deja sin palabras
Y luego llega el final. Inesperado, contundente y profundamente humano. Es uno de esos desenlaces que te dejan callado, mirando al suelo, dándole vueltas a lo que acabas de ver.
Salir de este Cabaret no es salir de un teatro: es salir del Kit Kat Klub, de una noche que parecía eterna y que acaba mostrándote lo que siempre estuvo ahí, escondido entre el humo y las risas. Una experiencia que mezcla placer, miedo y belleza a partes iguales.
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