Alguien como Elvis Presley seguro que contó con una vida frenética, emocionante y grandiosa. Así fue, y así es como se representa en pantalla en el biopic del rey del Rock & Roll. ELVIS explora la vida del cantante desde sus inicios en la música, su relación con el mánager Colonel Parker, su paso por Hollywood y los intricados años en Las Vegas antes de su muerte.
Baz Luhrmann no quiere que el viaje sea leve. Crea un ritmo explosivo que se mantiene durante toda la película, en una ensoñación de colores y cámaras que se mueven de arriba abajo, de un lado a otro, de una época a otra. El director de Moulin Rouge! y El gran Gatsby pone especial atención en cómo Elvis es introducido en las distintas etapas de su vida, saltando constantemente entre lo personal y lo profesional. Este recurso, aunque visualmente hipnótico, no siempre funciona como cierre narrativo.
El relato del mánager
ELVIS acelera en la presentación del personaje en su etapa más joven para ir directamente a su primera aparición sobre el escenario, con un montaje que alterna momentos de su vida para amplificar el impacto tanto en el espectador como en Parker, quien pronto se convertirá en su representante.
Hay una decisión curiosa por parte de Luhrmann: no vemos primero a Elvis, sino a Tom Hanks en el papel del Coronel Parker, narrando en primera y tercera persona la vida del artista. Desde ahí, la película se construye sobre el punto de vista del villano, que lleva a Elvis al estrellato pero también a la autodestrucción.
La cinta muestra una relación confusa entre ambos —a veces padre e hijo, a veces mánager y artista, a veces amigos y enemigos— que nunca llega a profundizar del todo. Los intereses superfluos de Parker se imponen constantemente sobre los intentos de Elvis por encontrar un equilibrio entre el glamour y la felicidad.
Glamour, exceso y vacío
La palabra “glamour” es quizá la más acertada para definir gran parte de la película. Aunque hay momentos destinados a mostrar el lado más íntimo de Elvis Presley, esa faceta nunca llega a explotarse del todo y se diluye en el camino.
Puede parecer irónico, pero a pesar de sus más de dos horas de metraje, ELVIS deja una sensación de carencia emocional. Visualmente, la experiencia es abrumadora —casi como estar dentro de una lavadora—, pero falta cercanía humana.
Luhrmann recorre todas las etapas de la vida del cantante: su salto a la fama, la censura, el servicio militar, su tiempo como actor, su regreso triunfal en 1968, los años en Las Vegas y, finalmente, su declive físico y emocional. Es un recorrido acelerado, que si bien refuerza la idea de una vida llevada al límite, no permite apreciar los matices más íntimos del mito Presley.
Austin Butler: la resurrección del mito
Austin Butler nos deja entrar en Elvis Presley. Su interpretación es una inmersión total en el personaje: la forma de hablar, moverse y sentir del artista están perfectamente capturados, hasta el punto de que el parecido físico deja de importar.
Butler soporta con soltura el peso del glamour, el magnetismo escénico y la fragilidad del ser humano detrás de la leyenda. En los pocos momentos en que el frenesí visual se detiene, su interpretación brilla con una verdad conmovedora, mostrando un Elvis cada vez más humano, más roto, más real.
El enfoque de contar ELVIS a través de Parker es arriesgado y, en parte, acertado, pero limita el acceso emocional al verdadero Elvis. Aun así, la película es entretenida, visualmente exuberante y con un ritmo impetuoso que la hace perfecta para disfrutar en una sala de cine.
Este viernes 24 de junio llega a cines la espectacular obra de Baz Luhrmann, un biopic lleno de energía, música y tragedia, que hace justicia al mito del rey del Rock & Roll.
— Anabel Estrella