En el saturado panorama de series de comedia, The Studio, la nueva apuesta de Apple TV+ creada por Seth Rogen y Evan Goldberg, destaca como una de las propuestas más frescas, inteligentes y, a la vez, arriesgadas de 2025. Con 23 nominaciones a los Emmy y 13 premios en su haber, no es exagerado decir que se ha convertido en el fenómeno del año. Pero ¿es realmente tan brillante como parece o su propia ambición termina jugando en su contra?
Lo primero que sorprende de The Studio es su tono ácido y sincero. Rogen, que también interpreta al protagonista Matt Remick, ofrece un retrato tan divertido como descarnado de la maquinaria hollywoodense. La serie no se limita a ridiculizar el sistema de los grandes estudios: lo expone con conocimiento de causa, desde dentro, mostrando el choque constante entre la pasión creativa y la implacable lógica empresarial. Entre pitches delirantes, ejecutivos que cambian de opinión cada hora y creativos que rozan el colapso nervioso, la serie logra un vistazo realista y desidealizado de la industria.
Su humor, por momentos despiadado, es otro de sus grandes aciertos. Los chistes no son gratuitos, sino que nacen de la lógica de los personajes y de situaciones que cualquier cinéfilo reconocerá: las reuniones de notas interminables, los proyectos basados en franquicias para evitar riesgos, los directores divos que creen salvar el cine. Además, la química entre el reparto coral —Ike Barinholtz, Maya Erskine y un brillante grupo de secundarios— mantiene la serie vibrante episodio tras episodio.
Técnicamente, The Studio también se luce. Su fotografía cuidada y el uso de planos largos le dan un dinamismo poco habitual en la comedia televisiva, acercándola más a un híbrido entre sitcom y dramedy de prestigio. Hay episodios, como el sexto y el octavo, que se cuentan entre lo mejor que se ha hecho en sátira televisiva reciente.
Sin embargo, no todo es perfecto. En sus últimos episodios, la serie se vuelve hiper histriónica, abrazando el exceso hasta el punto de rozar la autoparodia. El conflicto escala de manera tan desmesurada que algunos personajes pierden matices y el tono se siente algo desbordado. Ese viraje hacia lo grotesco puede descolocar a quienes disfrutaban de la crítica más medida y realista de los primeros capítulos.
Aun con sus altibajos, The Studio se mantiene como una de las comedias más relevantes del año. Es mordaz, divertida, honesta y, sobre todo, necesaria en un momento en que Hollywood parece obsesionado con reciclar sus propias fórmulas. Rogen y su equipo entregan una carta de amor y, al mismo tiempo, un ajuste de cuentas con la industria que los ha hecho célebres. Y aunque su exceso final pueda generar división, quizás sea parte de su encanto: una serie sobre un mundo desmesurado que no tiene miedo de serlo también.
Anabel Estrella