Hablar de una película como el debut de Beth de Araújo, Soft & Quiet, no es tarea fácil por varias razones, pero la principal es que se trata de esas películas que hay que ver lo más vírgenes posibles. No tener demasiada información de lo que se va a ver. La escasa hora y media se desarrolla a lo largo de un solo plano secuencia (con truquitos, claro) lo que va añadiendo intensidad a una historia ya de por sí intensa. Vamos, que es de esas que no se recomiendan a los que sufren del corazón o tengan los nervios a flor de piel.
La productora de la cinta es Blumhouse Productions, experta y abanderada del nuevo cine de terror, si bien esta película, de 2022, no parece estar teniendo excesiva atención a pesar de tratarse de un ejercicio más que interesante, máxime cuando se trata de un debut.
Lo de las películas realizadas en un solo plano secuencia, que cada vez hay más, es digno de estudio. Lo que se tuvo como una virguería técnica, una genialidad en gente como Alfred Hitchcock (La soga) acabó teniendo sus detractores en títulos como Birdman de Alejandro González Iñárritu o 1917 de Sam Mendes. Muchos quieren ver alarde técnico innecesario, propio de egos desmedidos. Yo personalmente lo veo como otro recurso de estilo, lo mismo que utilizar la cámara al hombro, sonido directo o la voz en off. Pienso que, cuando se escribe un guión, las decisiones morales y prácticas elegidas son fundamentales para llevar la historia a buen puerto y el tratamiento de la historia se debe de pensar a favor de obra. No digo yo que los egos no hayan arruinado muchas funciones, por supuesto, pero la decisión de rodar una película en una sola toma, con lo que ello supone, más que como alarde lo veo como un berenjenal necesario si lo que se quiere es, como en este caso, angustiar al espectador.
La película que nos ocupa es de terror, sí, pero de un terror diferente, con otro tipo de monstruos, un terror puro, no del que divierte, si no del que angustia y preocupa, porque los monstruos de la película actúan de esa manera precisamente por el miedo. Y no hay nadie más peligroso que alguien con miedo. El tratamiento del film es cotidiano, cercano, actual (aunque la base es tan antigua como la Humanidad, esto es, el miedo al diferente) y es que el detonante de todo es una reunión de mujeres para desahogarse hablando abiertamente de su racismo. Necesitan soltar su bilis sin ser juzgadas, por eso ríen, comen tarta y beben animadas encerradas en una habitación hasta que tienen que irse. El problema viene cuando se topan con la realidad, con una calle donde hay gente a la que no aceptan, porque temen. Entonces las risas no son tan relajadas, y comienzan las burlas, las manipulaciones, los nervios…
Como ya he dicho, la película va in crescendo y la función se va tornando cada vez más desagradable, un mazazo al espectador que asiste, impotente sin descanso a una pesadilla que no parece tener final. Posiblemente el plano secuencia acabe resultando un tanto alargado en el tercer acto sin llegar a empañar el espectáculo.
Y al acabar nos queda una posible tesis que la aleja de cierto nihilismo que suele abundar en el género. Una tesis, al menos yo he querido ver, no solo sobre el racismo y la intolerancia, si no sobre la identidad y su forja a costa de reajustar o simplemente obviar las debilidades y miedos de cada uno. Miedos puros y profundos.
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