Desde su llegada al estrellato con El Piano en 1993, merecedora de tres estatuillas en unos premios Óscar en los que competiría con La Lista de Schindler de Steven Spielberg, la carrera de Jane Campion no ha tenido tanta acogida en sus posteriores trabajos si lo comparamos con aquella cinta. Pasados casi 30 años desde su estreno, este fenómeno ha dejado de prolongarse con El poder del perro, filme que, con sus 12 nominaciones a los premios de la Academia, se posiciona como la favorita por muchos a la hora de aspirar al galardón a la mejor película.
Así como se puede apreciar con obras anteriores, como El Piano o Bright Star, ambas ambientadas en el siglo XIX, Campion retoma el hecho de que sus predecesoras transcurrieran en un periodo histórico en concreto para que, ahora, su último proyecto se desarrolle en la Estados Unidos de los años 1920. Desde las antípodas de su Nueva Zelanda natal, el estado de Montana y el género del western son rescatados para ser utilizados como escenario en el que tienen lugar los eventos de la película.
Bajo este marco, El Poder del Perro tiene como foco a los adinerados hermanos Phil (Benedict Cumberbatch) y George Burbank (Jesse Plamons), propietarios de un enorme rancho. La relación entre ambos cambiará cuando George conozca y se case con Rose (Kirsten Dust), una viuda del pueblo que también es dueña de una propiedad tras el fallecimiento de su marido. A raíz de ello, se acentuarán las diferencias y conflictos entre los dos hermanos: Phil es cruel y antipático, mientras que George es afable y cercano. Esto tendrá su punto álgido a partir de que Rose y su hijo Peter (Kodi Smit-McPhee) se instalen en el rancho y Phil tenga que convivir con ellos.
Como se puede percibir a la hora de toparse con esta premisa, Jane Campion deja subrayada una gran distinción con sus cintas predecesoras. Si El Piano tenía como eje la inocencia, la ternura, la feminidad, la dulzura y la flaqueza de una madre muda y su hija que se tenían que buscar la vida en, una vez más, el lado opuesto de la superficie terrestre (desde Escocia a Nueva Zelanda), El Poder del Perro tiene como núcleo la grosería, la masculinidad, la testarudez y la conflictividad de un grupo de rancheros que habitan en un entorno cargado de un conjunto de clichés que ya han sido incansablemente asociados a la figura del hombre: los caballos, las granjas, la matanza de ganado, el pollo frito o los cobertizos.
Bajo estos tópicos se apoya precisamente la realizadora, con el propósito de arrojar luz sobre el papel que desempeñaban el hombre y la mujer en un ambiente de desigualdad y superioridad masculina. Esta atribución de roles lo desmentirá en el momento en el que el espectador se adentre en los traumas, vicios, problemas y cicatrices del pasado que carcomen a los personajes; algo que, cabe resaltar, no se muestra de manera explícita. De esta forma, el romance entre George y Rose es empleado como mera excusa para plasmar la soledad e imprudencia de Phil, el alcoholismo y la viudedad del personaje interpretado por Kirsten Dust, junto a la delgadez y apariencia “afeminada” de su hijo Peter.
Es exactamente con ese último punto con el que Campion demole el muro de la masculinidad. Esa tendencia del hombre de ser un macho alfa es expuesta como primera toma de contacto, nada más ni nada menos, en el propio título del filme. Teniendo como referencia el versículo de la biblia de “libra mi alma de la espada, defiéndeme del poder del perro”, podemos decir que el hombre tiene, no solo en la película, sino también en la vida en general, dos opciones a elegir: morder o ser mordido. Este dilema estará presente entre Cumberbatch y McPhee.
La película aprovecha el tiempo con el que cuenta para desarrollar la relación que se observa entre ambos personajes, esa confrontación de “si tu te burlas de mí, yo te humillo” y esos choques entre masculinidad y feminidad entre hombres, con unas secuencias ya memorables (como aquella conversación que entablan mientras contemplan la colina del pueblo), y un final que saca a la luz aquellas inquietudes y motivaciones que los lleva a ambos a tomar acción. Además, todo esto se ve respaldado por una interpretación del actor británico cuya apariencia ruda y característico comportamiento de granjero a la hora de fumar y masticar no sería de dudar que fuera merecedor del premio de la Academia a mejor actor.
Esta convivencia entre Phil y Peter no puede faltar sin la participación de Rose, tercer y último personaje que conforma el triángulo protagónico del filme, lo cual es algo que quizá podría haberse tornado en un cuadrilátero si se le hubiera dedicado un mayor acto de presencia a George. Aunque termine teniendo mayor protagonismo la relación Phil-Peter, los momentos en los que se superpone la figura de ella tampoco son cosa menor.
Dichos instantes, más que girar en torno a la preocupación hacia su hijo, se centran más en cómo se evade de sus problemas y responsabilidades utilizando el alcohol como medio de refugio, parte en la cual la interpretación de Dust llega a su punto estelar, y en la relación tóxica que entabla con Phil, la cual reúne una secuencia en la que el piano de ella y la guitarra de él se unen en una sucesión de imágenes que ilustran sutilmente la competitividad y el rencor que se vive entre ellos.
En estos últimos años hemos tenido una gran generación de realizadoras que han dado la cara y han demostrado estar a la altura de una industria que general e históricamente no ha visto a muchas mujeres tomar la batuta de directoras. Ante algunas cintas calificadas como “feministas” que se resumen en mostrar el empoderamiento de la mujer para pisotear la figura del hombre (véase el ejemplo del remake de Cazafantasmas de 2016 o Aves de Presa), lo único que puede significar el caso de que Jane Campion se alce con el Óscar a mejor directora, lo cual le convertiría en la sucesora de Chloé Zhao con Nomadland y haría que se repitiera por segundo año consecutivo el hecho de que una realizadora ganara la estatuilla, sería porque se trata realmente de una buena película y no por causas ajenas.
– Víctor Vicente
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