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Reseña de Westworld T4: Westworld vuelve en plena forma.

 Westworld regresa con una cuarta temporada más emocionante y desafiante.


Una vez que se resolvió el rompecabezas literal en el centro de la historia, los fans cayeron, saciados y poco dispuestos a comprometerse con más de sus ambiciosas, envolventes y cerebrales narrativas. No ayudó que cayera en un pequeño agujero en la tercera temporada.


Pero si te rindes y no estás dispuesto a volver, puede que te pierdas algo de lo mejor que las series tienen que ofrecer, como Homeland, que tuvo temporadas muy buenas en la segunda mitad, pero los fans desencantados no pudieron ser cortejados y se lo perdieron.


Westworld vuelve con su cuarta temporada  y está en plena forma. Los valores de producción son extraordinarios, al igual que sus actuaciones, pero eso nunca ha estado en duda, la serie siempre cumple con esos puntos.


Es más fácil hacerlo cuando se cuenta con actores de tanto talento como Evan Rachel Wood, Jeffrey Wright, Thandiwe Newton, Tessa Thompson, Ed Harris y Aaron Paul. Es una absoluta mezcla de delicias teatrales. Incluso en sus momentos más opacos, siempre ha merecido la pena ver Westworld sólo por esas actuaciones.




El éxito de Westworld depende más de cómo ejecute las ideas centrales de su ADN: el libre albedrío, el control y el poder. Cuando la serie estaba en el parque, esas ideas alimentaban su acción compulsiva, pero cuando se expandió al llamado mundo real, la serie perdió parte de ese impulso.


La cuarta temporada es un reequilibrio. Vuelve a algunos de los elementos que la convirtieron en una serie imprescindible, al tiempo que reconoce plenamente la naturaleza cíclica de su narrativa, a la vez que se burla lo suficiente del mundo de cristal, acero y amenaza que no es el parque.


Tras un salto en el tiempo, Dolores (Wood) es ahora una mujer llamada Christina, aparentemente sin recuerdos de su pasado, proclividades insurreccionales o esa sed de venganza.


Todas esas características residen ahora en Charlotte (Thompson), que es una versión de Dolores: está empeñada en dominar a la humanidad por lo que le hicieron a los robots, desatando una plaga que le da el control sobre las personas.


Maeve (Newton), después de siete años escondida, está huyendo tras ser encontrada por los secuaces de William (Harris). Al igual que Caleb (Paul), que ha pasado a una vida “normal” con una esposa y un hijo.


Y, como se adelantó al final de la temporada anterior, Bernard ha vuelto a despertar tras años en el mundo digital.





Son los puntos de partida de otro ajuste de cuentas mortal, una historia intrincadamente tejida que parece turbia al principio pero que -como es costumbre en Westworld– sorprende con sus juguetonas revelaciones. Se trata de la misma calistenia intelectual que la primera temporada, un tango con las expectativas del público.


Westworld, creada por Lisa Joy y Jonathan Nolan, se deleita en no hablar con sus espectadores. Plantea ideas desafiantes a través de sus exigentes narrativas, pero la recompensa merece la pena.


Y en esta temporada, la cuestión del libre albedrío que se centraba en sus personajes robots se vuelve a dirigir a la humanidad.


Tiene una resonancia escalofriante en el contexto de los acontecimientos actuales (la caída de Afganistán en manos de los talibanes, la invasión rusa de Ucrania), porque sostiene que nadie puede dar por sentada la naturaleza a veces ilusoria del libre albedrío.


Justo cuando crees que estás a cargo de tu propia vida o destino, algo -o alguien- llega y te lo arrebata. Pero como dice Maeve a Caleb, no se trata de luchar, sino de tener algo por lo que merezca la pena luchar.



Y eso es algo en lo que vale la pena pensar…

Valoración: ★★★★

Westworld ya se puede ver en HBO MAX.

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