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Foto del escritorJuan José Torres Negreira

Crítica | Sound of Freedom

Uno de los éxitos de taquilla más inesperados del año llega finalmente a España. ¿Valió la pena la espera?


Sound of Freedom, dirigida por Alejandro Monteverde, comenzó su rodaje en 2018 pero recién vio la luz el 4 de julio de este año, cuando causó un gran revuelo en su estreno estadounidense. Una obra que ha sido politizada hasta un punto de no retorno, donde lo último que se discute es su valor artístico en sí mismo, y lo que más resuena es todo lo demás. Por un lado, están los que gritan que es una obra maestra que ha sido censurada por los poderosos; por otro, quienes polemizan sobre sus creadores y los acusan de alimentar teorías conspiratorias.


En este contexto, lo más prudente a la hora de analizar Sound of Freedom como pieza cinematográfica, es silenciar ambas hordas para juzgar la película por lo que muestra en sus 131 minutos. Es lo más parecido a la objetividad que podremos ofrecer, para bien o para mal.



La película está basada en las experiencias del agente Timothy Ballard (Jim Caviezel) en su lucha contra la explotación sexual infantil. Esta misión lo lleva adentrarse en un submundo peligroso donde pondrá en juego su vida en cada paso del camino.

Los crímenes que enfrenta Ballard son de una aberración tal que pocas veces los vemos retratados en una película con este grado de difusión. En este punto es que Monteverde demuestra un gran criterio como realizador a la hora de elegir qué mostrar y qué no. La mera sugerencia de lo que les pasa a estos niños ya es suficiente para perturbar profundamente al espectador. El cierre de unas persianas o el desabroche de un cinturón son puñaladas para cualquiera con algo de empatía, y son estos los momentos más duros que se visualizan. Puede parecer nada, pero en el contexto de la película, uno no quiere ni ver el más mínimo indicio de lo que sucede.


Una escena especialmente devastadora retrata a Ballard obligado a observar unas cintas de evidencia. Nosotros como espectadores no vemos nada, solo lo que los ojos de Caviezel reflejan y sufren. Este es el otro gran punto de apoyo para Monteverde, porque más allá de la valoración personal que Hollywood pueda tener de Jim Caviezel, estamos observando a un actor de primera categoría. El peso de estos sucesos que no vemos recae en cómo afectan a Ballard, y Caviezel logra transmitir un inconmensurable dolor con tan solo una mirada en silencio. El resto del elenco acompaña con lo justo y necesario, a excepción de Bill Camp que se roba cada escena con su interpretación de Vampiro, un maleante redimido que aporta un gran equilibrio de carisma y corazón a una historia que lo necesita.



Luego de un comienzo que se toma su tiempo para introducirnos a esta abrumadora realidad, la película comienza a fluir con mejor ritmo al comenzar los operativos. Si bien toda esa introducción es necesaria, la forma en que se estructura tiene algunos saltos temporales que se sienten abruptos y pueden resultar confusos.


Pero, cuando la “acción” comienza, Monteverde logra un buen equilibrio de drama, entretenimiento y tensión, para una experiencia tan cautivadora como emotiva. Algunos de estos problemas de estructura vuelven a asomar sobre el final de la cinta, pero no son suficientes para descarrilar la experiencia final.



Sound of Freedom no es la película perfecta, pero justifica buena parte de su éxito al ser muy competente en lo que quiere lograr. Para una asignatura tan difícil como es llevar este tema al cine, tiene varios méritos que vale la pena aplaudir.


Será imposible para muchos ignorar esas voces que gritan de un lado “la película más importante en años” y del otro “una mediocre explotación de un tema sensible”; pero tratando de verla en el silencio de cada uno, quizá pueda escucharse el susurro de su propio sonido.

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