Nominada al Oscar, dirigida por Nora Twomey y basada en el best-seller de Deborah Ellis, narra las desventuras de Parvana, una joven que lucha por sobrevivir en un Kabul bajo control talibán.
Hay estudios que siempre ofrecen buenas películas. El sello de Cartoon Saloon apuesta por la animación tradicional (tan difícil de ver en la gran pantalla hoy en día) y muestra historias que parecen fábulas sacadas del pasado.
En El secreto del libro de Kells, recuperaban el universo medieval y la mitología celta para construir una magnífica historia en torno a una abadía de la Irlanda del siglo XI que resistía los embates de los vikingos. En La canción del mar, la mitología irlandesa era el centro de una historia llena de brujas, gigantes y silkies -focas que se transformaban en humanos-, que se mezclaban con la vida de dos hermanos que intentaban superar la desaparición de su madre. En ambas, la narración estaba plagada de cuentos, ya fuesen escritos en los libros de la primera o recitados por la voz de la madre de la segunda.
El pan de la guerra busca esta misma regla narrativa pues a medida que se nos narra la historia de Parvana, tan real y triste como la guerra y el hambre, descubrimos que su desarrollo se compone también de cuentos como la de un joven campesino que recupera las semillas de su pueblo, robadas por malvados y ancestrales dioses.
La fábula del joven campesino es una metáfora de Parvana.
Érase una vez… en Afganistán
“Durante miles de años las fronteras no dejaron de redefinirse. Nos gobernaron poderosos hombres como Ciro el grande de Persia, Alejandro Magno de Macedonia, el Imperio Maurya, Gengis Khan… y así uno tras otro. Siempre se derramaba sangre, y siempre había supervivientes. Porque todo se repite una y otra vez. Todo cambia, Parvana, las historias nos recuerdan eso”, cuenta el padre de Parvana, el viejo y cojo Nurullah.
El padre, amputado de una pierna por la guerra y encarcelado por los talibanes.
Puede parecer que El pan de la guerra podría recordar a Dickens. Al fin y al cabo, lo que vemos es a una niña vestida de niño que se busca la vida en una realidad llena de pobreza e insensatez. No obstante, su historia no es antigua sino muy cercana: la guerra de Afganistán en la que Kabul cayó en 2001. Por este motivo, la nueva película de Nora Twomey es la más importante. El pan de la guerra nos dice que no debemos olvidarnos del pasado más reciente. Un pasado/presente en que las mujeres no tienen libertad.
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