La adolescencia en los años 80 está cobrando importancia como un tema cada vez más recurrido por parte de esta última generación de directores que está tomando el testigo. Esto lo podemos ver en la ya comentada El universo de Óliver, en la que 1985, Andalucía y la época navideña convergen en una historia que goza de una fuerte carga nostálgica.
Del sur de la Península Ibérica a la Galicia rural y de la Navidad al verano, Live is Life es otra clara muestra de cómo las vivencias de sus protagonistas tienen un estrecho vínculo con las de sus creadores. La película tiene como foco de interés a Rodri, que, como todos los años, deja su Cataluña natal para irse al pueblo gallego del que son originarios sus padres para pasar la temporada de verano con ellos y reencontrarse con su grupo de amigos. Una vez allí, la pandilla decide escapar la noche de San Juan con el objetivo de encontrar una flor que, según se dice, hace que los deseos de todos se hagan realidad.
Con esta premisa de fondo, nos topamos con un claro amor por parte de Dani de la Torre y Albert Espinosa, director y guionista respectivamente, hacia la cultura de los pueblos en España. Aquí, la casi totalidad del tiempo pasado en la calle, el hecho de ponerse al día con los colegas sin haberlos visto desde hace un año, el miedo recurrente a llegar tarde a casa, los planes improvisados y, por qué no decirlo, la ausencia absoluta del móvil se convierten en elementos con los que logra empatizar cualquier espectador que conozca lo que es la vida en los pueblos en España.
Por otra parte, una segunda faceta de este estilo de vida que plasma la cinta es el grupo de amigos del protagonista. Live is Life es clara y directa a la hora de mostrar a todos sus personajes tal y cómo son con sus luces y sombras, y motivaciones y preocupaciones. Pero, sobre todo, demuestra cómo a través de la ayuda mutua entre amigos se puede dar un rayo de esperanza frente a los malos momentos por los que puede pasar uno, lidiar con el grupo antagónico de quinquis que se encuentran durante su aventura, e incluso que se puedan conseguir superar todos los obstáculos que aparecen por el camino.
Por estos motivos, no es de extrañar que la obra de Dani de la Torre recuerde a cintas de aventuras de adolescentes como Los Goonies, It y especialmente Cuenta Conmigo. Además de diferencias obvias como su ambientación en los años 50 y 80, lo que realmente distingue a Live is Life de sus antecesoras es la gran cercanía y realismo que existen a la hora de reflejar cómo es un verano de pueblo en España en contraste con la vida en la ciudad.
En cuanto a personajes se refiere, como grupo en su conjunto logran cumplir ampliamente todos los desafíos que se propone la película, de tal modo que conforman una sinergia en la que la ausencia de alguno de ellos haría afectar la participación del resto de la pandilla. No obstante, como pega hay que señalar el hecho de que no esté bien compensada la participación entre unos personajes y otros, que falte algo de trasfondo y desarrollo en alguno de ellos, así como que algunos comiencen a tomar presencia bastante tiempo después del inicio.
Por ejemplo, mientras falta un mayor rol por parte de personajes como Álvaro y Suso, el de Garriga y Maza son los que más peso ganan en pantalla. De hecho, este último cuenta con una escena en la que, en cuestión de segundos y con una gran naturalidad, deja bien claro a uno de los antagonistas del filme que el amor y la amistad pueden llegar a sobrepasar las preocupaciones ocasionadas por una enfermedad frente a la popularidad y el ego del que presume el otro.
Al igual que hace el personaje principal de Rodri al regresar al pueblo para reunirse de nuevo con sus amigos después del verano pasado, Live es Life es, ante todo, un reencuentro entre nosotros con aquellos seres queridos a los que llevamos tiempo sin ver, y con una segunda casa en el campo a la que muchos le hemos restado importancia.
-Víctor Vicente
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